Entre tantos desafíos que dejaba tras su tendal la crisis del 2001, se encontraba la reconstrucción del sistema político y la representación política. En tanto intérprete destacado de la crisis, el kirchnerismo operó fuertes transformaciones en el plano del “representante” y la célebre frase de Néstor Kirchner según la cual no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, implicó un punto bisagra que define el horizonte de la política de nuestros días: a partir de allí, “representante” es aquel que es capaz del compromiso que supone tamaña promesa.
Sin embargo, en la última década también se dieron transformaciones en la forma de pensar al “representado” produciendo fuertes intervenciones en el concepto de ciudadanía, ya sea para recuperar la dimensión social del concepto a través de medidas como la AUH, para reconocer derechos de las minorías, como con la Ley de Matrimonio Igualitario, o trascendiendo la idea de que la ciudadanía se reduce a la figura del “elector”, a partir de la emergencia y desarrollo de organizaciones sociales que articulan la participación política de diversos sectores. Pero también han surgido cambios en la figura misma del elector y la ley que introdujo el voto a partir de los 16 años es en este sentido la más importante.
En efecto, la sanción de la Ley de Ciudadanía Argentina incorpora como deber cívico el voto de los ciudadanos de 16 y 17 años (aunque, como a los mayores de 70 años, los exceptúa de ser sancionados en caso de no emitir su voto). Por al amplio conjunto de votantes que involucra, se trata de la mayor ampliación de derechos electorales desde la sanción del voto femenino (1947).
"Con la inclusión de los ciudadanos de 16 y 17 años, se agregaron 2,1 millones de personas al padrón, de las cuales votarían 1,4 millón –manteniendo el ausentismo promedio [de la elección 2011, que apenas superó el 20%]”. Pero aún si la participación de esta franja se redujera a la mitad del promedio de participación de la elección de 2011, estaríamos ante un padrón capaz de superar el número de votantes de muchos distritos electorales.
"Un contexto social que sobrevalora la 'juventud' -como lo prueba el éxito de mercancías que prometen conservarla- pero estigmatiza de diversos modos a los jóvenes".
Desde una perspectiva que tome en cuenta fenómenos culturales complejos, valdría la pena atender cómo incidirá el voto a los 16 años, una medida que valida la perspectiva de los jóvenes, en un contexto social donde se sobrevalora la "juventud" -como lo prueba el éxito de mercancías que prometen conservarla- pero se estigmatiza de diversos modos a los jóvenes.
"desencantada", el voto a los 16 promueve como objetivo de mínima la libertad de decidir la
representación política. En un país donde se postuló que los jóvenes eran el futuro de la nación para luego enviarlos a la guerra, torturarlos en los centros clandestinos de represión o para engrosar las filas de desempleados, que se los convoque a una de las tantas formas de participación política que reconoce la democracia -el voto- , representa todo un avance en nuestra cultura política.
A estos derechos los interpela como sujetos responsables y capaces de un pronunciamiento político ante cuestiones tan importantes como las que hoy se discuten en Argentina: la elección directa de quienes seleccionan y controlan el desempeño de los jueces, las responsabilidades políticas por las recientes inundaciones o el modo en que se debe elaborar una respuesta política ante las amenazas de un sector socioeconómico que legitima violar las normas para que, en la hipótesis más benevolente, se modifique el tipo de cambio.
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