Hace 10 años, un tramo
abierto en el terraplén que protege al borde oeste de la crecida del río
Salado, propició uno de los peores desastres hídricos que recuerde Santa Fe. El
río recuperó terreno; avanzó por calles completamente urbanizadas; cubrió
viviendas, espacios verdes, centros recreativos y hasta hospitales. Revolvió y
enterró fotos, libros, escrituras, documentos de identidad, muebles, juguetes,
cuadernos de clase.
El 29 de abril de 2003, el Salado invadió la vida cotidiana de más de 120 mil santafesinos, que como hormigas al ver desmoronado su nido, huyeron con lo puesto, desesperados en la búsqueda de un lugar seco. Los refugios no estaban preparados -nunca se había imaginado que podían ser útiles-, nadie sabía qué hacer ni a dónde dirigirse. Durante las primeras horas, cualquier esquina seca pero cercana a la nueva orilla, fue el cobijo de familias enteras, de bultos improvisados al partir. La gente caminaba desorientada por las calles. Después se abrieron los centros de evacuados y algunas familias se refugiaron en casas que estaban deshabitadas.
Aquel día, un tercio de la ciudad quedó bajo agua, alcanzando en algunos barrios más de cinco metros de altura. Las obras de defensas se convirtieron en el peor escollo: el río permaneció dentro de la ciudad durante muchas semanas, encerrado entre paredes de tierra maciza, sin poder escapar, sin poder retornar a su cauce.
El Río Salado dejo bajo sus aguas a la ciudad de Santa Fe provocando la peor catástrofe de
Hoy se recuerda con tristeza una tragedia que podría haberse evitado, pero también se recuerda con mucho aprecio la solidaridad que mostró todo el pueblo argentino, ya sea los mismos habitantes de la ciudad que solidariamente durante semanas enteras brindaron su tiempo para hacer lo que fuese necesario sin esperar nada a cambio, o todas las personas, que desde todas las partes del país brindaron desinteresadamente todo tipo de ayuda.
Pero también hay que recordar la parte mas oscura de este recuerdo, la inundación según cifras gubernamentales poco creíbles se llevo la vida de 27 personas, pero en realidad todos los organismos sociales y humanitarios que estuvieron en el lugar coinciden en que el numero de víctimas mortales ronda las 130 personas.
“Desgraciadamente cada ves que llueve hoy en día uno esta
pendiente segundo a segundo de que el agua no comience a acumularse y suba
ingresando a nuestras viviendas. Vivimos sin tranquilidad por la inseguridad, y
también pretenden que durmamos con miedo
cada ves que llueve con ese miedo de que vuelva a ingresar agua en las
viviendas de los ciudadanos y pierdan todo nuevamente, porque el gobierno no
hace bien su trabajo de construir todo adecuadamente. No poseemos desagües
dignos como para asegurarnos de que esto no volverá a ocurrir” - Dijo una vecina
de barrio Pompeya.
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